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La Veguilla

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SITIOS DE INTERES

Aquí te mostramos sitios que tienen interés para visitar o conocer en La Veguilla y, para ampliar horizontes, también en las localidades mas cercanas.

Si conoces alguno, puedes enviarnos lugares que merezca la pena visitar en La Veguilla, no lo dudes. Puedes complementar la información con una fotografía y con un enlace a alguna página Web que trate sobre dicho lugar.

 

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El lugar más bonito de La Veguilla

El lugar más bonito de La Veguilla

El lugar más bonito de La Veguilla ya sólo existe en mi imaginación y en la de los paisanos que como yo recorrimos y corrimos aquellas camberas y aquellos prados con los ojos de un niño y el corazón de un explorador. Yo recuerdo aquel sitio especial que para mí era el cruce de caminos delante de la portilla del Cierro, el prado de mi abuelo. Siendo yo niño me recuerdo sentado sobre una de las grandes losas de piedra caliza que coronaban los dos pilares que sostenían la alargada portilla de hierro. Desde allí sentado podía ver alejarse a mano izquierda el camino de tierra que se dirigía a mi pueblo y por extensión a mi casa. Enfrente se perdía sinuoso el camino que llevaba a Puente San Miguel que enseguida se perdía en una pequeña curva y las bardas y arbustos no permitían que tu vista lo recorriese. Entre estos dos caminos limitándolos y acotándolos había un pequeño prado cuya frontera era un muro de piedra bajo que lo cortaba en diagonal y le daba su forma triangular. El prado estaba encerrado dentro de unos límites ficticios que finalizaban en un estacado de maderas grises y retorcidas y tres hileras de alambre de espino herrumbroso pesadilla de nuestros jerseys. Este prado llano, triangular y pequeño era muy cuco, muy fertil de una hierba baja y freca que siempre me dio pena pisar. Por encima de este muro se asomaba algún arbusto y algún saúco con sus parasoles de estrellas blancas, y a lo lejos de divisaba en lo alto del cerro cercano y entre los árboles la casa del monte, que por entonces estaba habitada ... y bien habitada.
A la derecha rápidamente se perdía una cambera pseudoadoquinada con piedras gastadas y levantadas como el cantábrico en un día de galerna. La cambera giraba súbitamentea la izquierda y a pesar de hacer subida parecía que se internase en el fondo de la tierra ya que rápidamente quedaba hundida entre los terrenos amurallados circundantes y las bardas de cada temporada. Casi enfernte de la portilla estaba la finca de Vicentón que también daba su acceso a aquella encrucijada. Por aquel entonces criaba grandes, gordos y rojizos y rizados terneros de engorde. Eran creo recordar de raza cherolesa o hereford. Pastaban con mirada ausente en aquel prado, inaccesible para nosotros en su presencia, con sus rizos brillantes bajo el cielo azul. Estos terneros se refugiaban los días de mal tiempo y cuando se les alimentaba con pienso, en una cuadra de madera de estructura que no he vuelto a ver jamás. Era de planta cuadrada con la entrada para los terneros por la parte de detrás, hacia el prado. Lo más llamativo era la parte que daba a la cambera y a la encrucijada. Aquella cuadra tenía unos pesados porticones de madera que se levantaban verticalmente sobre unas bisagras y se ataban mediante unas cadenas ligeras ancladas al tejado. Esta cuadra fue para nosotros, tiempo después que los terneros se fueron en busca de su destino y el prado fuera desapareciendo engullido por grandes bardales, cuartel general en distintas aventuras y desventuras infantiles que lo mismo podía servir de fuerte ante bravos ataques enemigos que de navío cruzando lejanos mares.
El camino que se perdía a la derecha con un rápido giro a la izquierda se dirigía a uno de los primeros límites geográficos de nuestra correrías: la casa de las brujas.
El último camino que daba a este cruce era una pequeña cambera que se perdía a la derecha de la anterior y que daba servicio a varias fincas (de Mariuca, el cartero, ...) y limitaba por fuera de un muro de piedra, parcialmente, la finca de mi abuelo. En esa cambera en una ocasión my abuelo me regaló el nido abandonado de un pájarito que el creo que llamó coscorito y que hacía el nido en una bola de musgo. Un poco más abajo había dos robles sobre el mismo muro que me sostuvieron y alzaron, como una madre, en sus ramas innumerables veces.
Este era el punto de mi pueblo que recuerdo como el más bonito. A mi espalda sentado sobre aquella losa se estendía hundiéndose en dos grandes hoyas, "el cierro", el prado y cielo de mi abuelo.

sábado, 02 de junio de 2007 a las 18:14
Enviado por David Ruiz

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