La trilla y la matanza como tradición
Castrillo de Villavega.- Población 2004: 255 habitantes.
Superficie: 33,63 kilómetros cuadrados.
Comarca: Tierra de Campos.
Actividades principales: Agricultura y ganadería.
Distancia de la capital: 56 kilómetros.
Fiestas: San Quirico (16 de junio), Santa Leocadia (9 de diciembre) y San Andrés (30 de noviembre).
Lugares de interés: Iglesias de San Quirico y San Andrés. Ermitas de La Virgen del Camino y del Santo Cristo.
ENTRE las labores agrícolas más representativas del medio rural se encontraba la trilla, uno de los últimos pasos en el proceso de producción de cereal. Todavía podría decirse que son pocos en esta provincia los que nunca han asistido a esta faena, bien como parte activa, bien como observadores curiosos de ese dar vueltas navegando en un trozo de tabla sobre la mies. Hoy los trillos ya no surcan mares de trigo persiguiendo la estela cansina de las mulas bajo el zumbido incansable de los tábanos. Hoy, en el mejor de los casos, los trillos sirven como mesas y puertas, sin dejar de mostrar sus dientes de piedra todavía bien afilados.
Castrillo de Villavega es uno de los pocos lugares donde aún la trilla es importante. Cada año, en el mes de agosto, la localidad le dedica una jornada de fiesta a esta labor, con el ánimo de que se mantenga en el recuerdo de todo un pueblo.
Pero no es la única tradición que se guarda con mimo en Castrillo. Cada 8 de diciembre la localidad celebra el día de la matanza, en el que el ayuntamiento regala un cerdo a una de las asociaciones del pueblo. Esa jornada ofrece morcilla, jijas, filetes y panceta para cuantos se acerquen a compartir esta fiesta.
Al margen de las tradiciones, Castrillo de Villavega tiende su mano al futuro y a la renovación. Como la que se realizó estos años de atrás en la plaza mayor, entrañable centro de reunión.
La localidad surgió al amparo de un castillo situado junto a Villavega. Actualmente, este núcleo y el caserío al pie de las ruinas del castillo son todo uno, aunque separados por un precioso puente de piedra que, tras ser restaurado, aguarda a que sea construido otro a su lado que dé mayor servicio y comodidad de paso a los vehículos y a la maquinaria agrícola.
Otros proyectos previstos para estos próximos años son la construcción de un frontón, reiteradamente reclamado por los jóvenes, y un necesario edificio para usos múltiples. Y por supuesto, seguir con las tradiciones. Sin dejarlo. El Norte. José Luis de Román González.
lunes, 29 de agosto de 2005 a las 0:00
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Las paradisiacas playas castellanas
En verdad que a la hora de ir para ninguna parte, que eso es donde vamos a buscar no sabemos qué, tenemos mucho donde elegir. Bali, Cali, California o Santo Domingo, San Juan o San Pedro, siempre mirando lejos, lo más lejos posible que dicen es, que dicen hay, que se dice que... Mientras tanto, a dos pasos hay, existe, es.
Los folletos de turismo debieran de promocionar vacaciones y giras campestres, diciendo poco más o menos: Visite las solitarias playas castellanas. Tome el sol a la vera de un lugar privilegiado; un castillo. Disfrute de nuestro cielo azul cerca de las aves que nos quedan, las palomas. Y así estaríamos sacando a esta tierra a la luz, hacia el mundo donde las carreteras se cobran cientos de tributos al año, hasta el hombre que mira lejos, pero a unos metros existe Castilla, palpita, existe, es.
Ahí está Palencia, que dicen se va a morir un año de estos, cuando se sequen los pantanos, se acaben los tres árboles que aguantan la solanada o se caigan las cinco piedras de la tapia; eso dicen los que se van, los que, como contaba una señora de mi pueblo, no miran para atrás para no ver la torre de la iglesia, desafiante e inquisidora.
¡ Ah del castillo!. ¡ Ah, Castilla amada! madre del mundo conocido, pariendo inmensidades y recogiendo abandonos y soledad.
Albacastro, San Jorde, Fuentes de Amaya, tres bofetadas a la historia, tres pueblos que fueron ayer y hoy se quedaron sin piedras, sin vida, sin historia por los siglos de los siglos. Dicen, digo, lo que se siente visitando ruinas y silencio.
Es como si visitaras un cementerio, los campos - así debieron ser - de Hiroshima, el final de una batalla. Todo un silencio que grita en los despojos, soledad, ansias de tener la facultad de dar vida y movimiento. Boca a boca. De boca en boca se pudiera hacer algo, acaso.
Para que esto no ocurra, para que no se nos escape Castilla de las manos se han inventado muchas formas de mantener y entretener. Así que antes de Cali o Bali creímos conveniente y necesario que ahí en eso, a un tiro de piedra, se iba a reinventar el sol, la paciencia, la bondad, el trabajo y el sudor convertido en pan por la gracia de Dios.
Para que nada de aquello ocurra se ha inventado la memoria histórica. Otra memoria y otra historia. La que dedica su tiempo a revitalizar, dar forma y revivir viejas reliquias y ancestrales trabajos, como en Castrillo de Villavega, ahí en la esquina de la llanura, al lado del fuego y la fragua, de la candela, cancela, calzada, trébede, gario y trillo.
Y se trillaba la parva mientras el sol se estrellaba contra la tierra, con toda su alma. Hay que ser, -te juro joven amigo que había que ser, dicen- de hierro, barro como los terrones, acero, bueno más bien castellano puro para dar vueltas hasta el infinito, con todo el sol del mundo, la cansina pareja, y el oleaje de las mieses reventando de angustia. Sería curioso sacar en progresión geométrica, como en la leyenda del ajedrez, lo que serían los granos de trigo y las horas y las vueltas de la pareja de bueyes en la trilla, las horas sin dormir, los salarios sin cobrar, las vueltas del botijo, los kilómetros de la dueña para llevar el almuerzo, las gotas de sudor, los callos en las manos, el cansancio en la espalda, la mirada en lo alto, los pies en la tierra y el nublado sobre el cerro.
Ahí estaba Castrillo de Villavega, a un tiro de piedra. La ermita del Bendito Cristo era testigo y hasta se dejaba envolver del olor del lechazo y las patatas que saltaban de alegría en las enormes ollas . Y claro , el Bendito Cristo hizo el milagro y olía y sabían a gloria tanta maravilla . A la sombra estaban el porrón , la bota y el botijo , amigos inseparables de tanto sudor , tanta angustia , de una inmensidad como fue ser labrador en Castilla . Castrillo de Villavega inmortaliza con dignidad su figura , todos los años. RAFAEL PALACIOS , DP.
sábado, 20 de agosto de 2005 a las 0:00
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