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UN DIA SIN VER

UN DIA SIN VER

Lo primero que oigo cuando me despierto es música. Lo primero que veo es, nada. Sin embargo sé que estoy rodeado de cosas como antes de que las sombras me fueran envolviendo poco a poco. Primero papá, luego las sombras. O primero las sombras y luego papa. No. Recuerdo las lágrimas de mamá, recuerdo haberlas visto con mis propios ojos y mamá antes nunca había llorado.
No es lo mismo que cuando tenía ojos pero cuando a un día le sigue otro y otro y cientos de días y le seguirán miles más no queda más remedio que no pensar en como era y pensar siempre en como es.
En la cabeza lo tengo todo ¡Vaya cuanto cabe en un melón tan pequeño! Me digo los días que me siento gracioso. Mi habitación, mi casa es como si la estuviera viendo y me muevo por ella con la misma agilidad que cualquiera a condición claro, que las cosas estén en su sitio y si algo cambia advertírmelo para que mi melón tome nota. Lo peor son los colores. Mi madre deja que la bombardee con cientos de preguntas hasta que me doy por satisfecho. Pero a mí me gusta investigar. Solo preguntó lo que no puedo saber por mi mismo. Beatriz, la de la ONCE, me lo repetía constantemente y tiene razón, me hace sentirme mejor, como que no todo está perdido.
Tengo la habitación llena de posters. Butrageño, Casillas, Zidanne, Ronaldo, Raúl. Sí, soy del Real Madrid como mi padre. De vez en cuando cambio los posters, todos menos el de Raúl. Es mi ídolo y el de mi padre también cuando veíamos los partidos por la tele. Ahora los oigo por la radio.
Mi habitación es de color azul, las paredes, las cortinas, la colcha, las lámparas. Como mis ojos, dice mi madre, pero& creo que nunca me fije en mis ojos cuando veía. Al lado de mi cama, en la pared, tengo fotos de mi familia, mi padre, mi madre, mi hermano y yo. Están en relieve y por las noches antes de dormirme paso mis dedos por sus contornos y les doy las buenas noches.
Vestirme tampoco es problema. Sé donde está todo y distingo los colores por la textura. ¡Otra vez el melón! De cualquier forma antes de salir siempre me pongo delante de mi madre para que me dé el visto bueno que ya dice el refrán Más ven dos ojos que ninguno. Luego preparo la mochila con los libros en braille.
Suena mi móvil. Una voz de metal me advierte Hoy es 2 de febrero del 2005, miércoles. Hoy es el cumpleaños de mi padre.
¿Llevas el bastón? Pregunta mi madre. Sí mama. Es plegable, chiquitín. Lo llevo en la mochila pero solo lo utilizó cuando voy a sitios desconocidos. La calle es lo peor. Siempre hago el mismo camino hasta el colegio pero hay que estar muy atento porque hay muchos que van pensando en las musarañas y luego cuando se dan cuenta que no ves se vuelven agobiantes como si no fueran ellos los que van sin ver. Antes mi madre me seguía hasta que un día un señor de mi pueblo me saludo y dijo ¿has reñido con tu madre que no la esperas? Y por más que ella intento arreglarlo al final me prometió no volverlo a hacer. Me gustaría tener un perro. Mamá dice que pronto será posible y así ella estará más tranquila.
El ruido de la calle es ensordecedor. Al principio de no ver creía volverme loco pero ahora distingo cada ruido, sé por donde vienen, a qué distancia. Oigo los pasos apresurados, los vacilantes de la gente mayor. Oigo retazos de conversaciones siempre inacabadas, distingo voces conocidas en un escándalo de voces. El fragor de los coches, el autobús, las motos mientras espero en el semáforo. Suenan los pajaritos, frena un camión para dejarme pasar. Un camión..., mi padre, su cumpleaños. El camión, la cabina en la que me sentaba sobre sus piernas y jugaba a ser mayor moviendo el volante, tocando el pito adrede, de repente, para ver como votaba del susto mi abuela mientras mi padre y yo nos reíamos a carcajadas. La foto de mi hermano y mía sacándole la lengua desde el parabrisas; las lágrimas de mamá; la cruz con un ramo de flores en la orilla de la carretera, ¿y papá? El dolor de cabeza, las sombras, el dolor, las sombras... Cuando llegó a la otra acera el camión arranca y se pierde su ruido a lo lejos, cada vez más lejos.

jueves, 14 de junio de 2012 a las 19:14

 

En memoria de Don Horacio, memorable párroco de Fonzaleche

En memoria de Don Horacio, memorable párroco de Fonzaleche

La carretera blanquea entre los altos chopos que forman un túnel infinito. A ambos lados las montañas como oscuros fantasmas petrificados. A lo lejos la claridad agujerea las tinieblas y tiñe de añiles la espesa cortina de nubes. Al rumor de agua continua se une el canto de un ruiseñor invisible.
Las luces del coche rompen las sombras. La carretera estrecha serpentea. El coche avanza rápido, urgente. Las ruedas chirrían en las curvas, recula. Poco a poco su avance decrece, frena, se orilla, se detiene.
En el coche un hombre, pelo blanco, cara blanca, sudorosa. Pijama de rayas. Una mano aferrada al volante. El cuerpo echado sobre él. La otra mano titubea, se arrastra hacia el asiento contiguo, palpa, encuentra, aprieta con fuerza las teclas del móvil y su cuerpo, al fin, se desploma sobre el volante. El crucifijo colgado a su cuello salta, choca una y otra vez y su sonido de metal tintinea en la noche. El brazo se descuelga a un lado inerte y de la mano cae al suelo, junto a su pie descalzo, el móvil. Emergencias dígame.
La luna sale de una nube y su luz blanca descubre el coche blanco entre las sombras.

jueves, 14 de junio de 2012 a las 18:50

 

FONZALECHE CELEBRA SU ESPECTACULAR NOCHE DEL PLAY-BACK 2011

FONZALECHE CELEBRA SU ESPECTACULAR NOCHE DEL PLAY-BACK 2011

El pasado 13 de agosto se celebró en Fonzaleche la noche del Play-Back. Por segundo año consecutivo, el éxito de público, artistas y clima fue total dando como resultado una noche para recordar.
Niños, adultos, ancianos fueron muchas las personas que se atrevieron a subir al escenario para convertir la noche en una velada inolvidable para los cientos de personas que abarrotaban la plaza de la iglesia.
El evento organizado por un grupo de jóvenes del pueblo contó en la edición anterior, con la sorpresa como gran aliado para que los asistentes quedaran asombrados del gran nivel del espectáculo ofrecido. Este año las expectativas eran mucho más altas y también el reto para los organizadores. Y no defraudaron.
El público congregado en la plaza de la iglesia, acondicionada, además de con un magnífico escenario, con mesas y sillas, siguió de principio a fin con expectación las diferentes actuaciones, aplaudiendo, bailando y coreando las canciones mientras degustaban una exquisita y abundante cena compuesta por cientos de platos diferentes en la que no faltaron tortillas de todo tipo, morcilla, sándwich, brochetas, pimientos rellenos, empanadas, croissant rellenos, crepes, jamón serrano, partido in situ por su dueño pertrechado por todos los útiles para llevar a cabo tan exquisita labor, otros platos más sofisticados difíciles de describir pero igual de buenos y magníficos y variados postres elaborados en los hornos de las casas del pueblo.
Mientras, en el escenario se sucedían las actuaciones. Canciones de ayer y de hoy, rancheras, música instrumental, chistes, poemas, todo ello armonizado por un presentador, Paco, que año tras año se va afianzando y demostrando sus dotes de showman.
"Bienvenidos" de Miguel Ríos abrió la fiesta, pero al escenario también se subieron Marisol, el dúo Pimpinela, Rafael, Rocío Jurado, Rocío Durcal, Miguel Molina, Tina Turner, Mónica Naranjo, los chicos de Grease y un largo elenco de artistas principales y acompañantes que derrocharon gracia y salero hasta altas horas de la madrugada.
Cabe mencionar al artista más veterano que año tras año se sube al tablao para recitar o cantar jotas, el incombustible Mundo. Y recordar también a Pedro que con la canción "Soy minero", de Miguel Molina, puso en pie la plaza. Pero en definitiva todos, la Chus y su gallo con sus acompañantes descompasadas, Mari Jose dando vida a una sensual Tina Turner, Mari Paz y su marido en una imitación perfecta de las riñas matrimoniales de Pimpinela, Adolfo y sus rockeros dándonos la bienvenida a lo Miguel Ríos, Maite cantando sus esplendidas rancheras o la espectacular Mónica Naranjo de la mano de Irina, la Rocío Jurado de Marisol por la que casi pierde el pelo el Raphael que interpretó Gabriel con una genial caracterización, la vital Rocío Durcal de Ana la del bar, los sorprendentes y picantes boys de "The full monty" y música para la nostalgia con Alberto el marido de Blanqui y Elvira recordando a Marisol con "Tengo el corazón contento" y a los niños que en la tele nos llevaban a la cama cuando todos éramos muy jóvenes.
Si mención especial mereció Mundo, el más veterano, también lo merecen los más jóvenes que pusieron arte y gracia a partes iguales. Los chicos y chicas que apenas si cabían en el escenario y que hicieron una magnífica coreografía de una de las canciones de "Grease" se alzaron con el primer premio, al igual que el año anterior; y los más pequeños, niños todos ellos que derrocharon talento y salero también tuvieron premio.
Especial mención merece el equipo de organización, que identificados con camisetas (negras los hombres, blancas con la imagen de Fonzaleche las mujeres) no cesaron ni un momento de atender todos los detalles para que todo, desde la comida al espectáculo, estuviera en el momento exacto y que, como hecho anecdótico, había previsto hasta el cerrado de las calles con toldos para que nuestro conocido "Norte" no nos enfriará la noche. Pero además de calidad artística, el evento contó con una calidad técnica a la altura de un espectáculo profesional que no hubiera sido posible sin la colaboración, un año y otro, de Javi el de Nicanor.
A todos ellos gracias por hacer de la noche, una noche inolvidable.

jueves, 29 de septiembre de 2011 a las 10:38

 

Historias de mi pueblo

Historias de mi pueblo

VIVIR PARA CONTAR
Espero aquí sentada, otra vez. La luz tenue, apenas me deja ver la sala imposible donde me debato entre el desánimo y la esperanza, entre el miedo y la incredulidad. Tengo 47 años, 28 de ellos felices, inocentes mejor dicho. Ni la muerte ni la enfermedad habían entrado en mi vida. Sólo de pasada. Su lengua cruel y destructora apenas había lamido los alrededores de mi vida. Recuerdo la primera persona muerta que vi. Quizá por ser la primera lo recuerdo con la nitidez de lo imborrable. Recuerdo también que abrí mucho los ojos y no los aparte mientras pude creyendo, entonces, que era una cosa inusual y sin embargo, ahora sé que está siempre ahí, a nuestro lado, acompañándonos durante toda la vida.
Mi tío Regino en su ronda de despedidas antes de marchar a hacer las américas, un día de agosto del año 53 encontró a la Dora recién parida sobre la cama matrimonial. Bueno Dora, le dijo con la resignación que dan las cosas irremediables, hasta que nos veamos en el otro viaje al Valle Josefa. Adiós Gino, que éste te sea bueno, fue el deseo de la mujer mirándolo ir desde la cama. A su lado el bebe chupaba el dedo de su madre mientras dormía.
En la misma cama la ví yo quince años después con mis ojos de niña primeriza en asuntos de muerte. Tenía un pañuelo blanco sobre la cara para que no la picaran las moscas. El aire que entraba por el ventanillo lo voló de repente y ante nuestros ojos infantiles quedo el rostro de cera amordazado con una tela también blanca atado arriba en la cabeza para sujetar los desmanes de la muerte. Me asuste, claro, pero fuera de apartar los ojos, los fije más, bien abiertos, para apresar en mi retina la cara de la muerte como si no fuera a volverla a ver. Las manos serenas de la hija que pariera aquella mañana que mi tío se fue para la Argentina, volvieron a colocar el pañuelo blanco sobre el rostro y la visión de la muerte se fue de mi vida, creí que para siempre. Nosotras, todas las chiquillas que habíamos entrado al velatorio casi a hurtadillas, salimos en silencio.
Me contaría años, muchos años después mi tío cuando volvió de hacer las américas, tan pobre como había ido pero más acabado, que cuando salió de la casa de la Dora, no supo la razón pero tuvo que sentarse en el poyo de piedra de la entrada incapaz de seguir su ronda de despedidas. Luego lo achacó a la añoranza. No, no... decía, no era añoranza era rabia, la rabia que sintió al ver aquella niña que llegaba al pueblo, al mismo del que él tenía que irse acuciado por la miseria. Allí sentado se sintió más sólo que nunca y volvió a peligrar su partida. Y allí se hubiera quedado de no ser por las 20.000 pesetas que su madre había pagado por el billete y que él, hijo de la escasez, no se vio con la valentía suficiente de desperdiciar.
Aquél poyo, el único en todo el pueblo que supo sobrevivir a la piqueta devastadora de la modernidad volvió a recibirle treinta y tantos años después para dar el pésame a su viudo y recordar, con más nostalgia todavía, aquel día en el que estuvo en su mano cambiar el curso de su historia. Fue una premonición, aquella chiquilla que chupaba el dedo de su madre pareció decirme: -no te vayas-, lo sentí aquí dentro me decía, palmeándose el corazón. Y sus ojos de un azul grisáceo se velaban de agua mientras musitaba Ojala la hubiera hecho caso.
Esos mismos ojos, con ese azul que nunca podré olvidar, me miraban sin verme, buscando la luz que entraba por la ventana de la habitación del Hospital San Millán aquella mañana de abril en el que su corazón iba avanzando, latido a latido, hacia un final inexorable y yo, la mirada fija en sus ojos, abiertos de par en par para mitigar la oscuridad que se cernía sobre él, le susurraba al oído muy bajito, muy bajito promesas de sueños no cumplidos, palabras de cariño nunca dichas, pequeñas mentiras también, que lo confortaran en aquel viaje definitivo, aquél en el que la Dora y él se habían citado muchos años atrás, una mañana de agosto.

lunes, 12 de septiembre de 2011 a las 23:21

 

La Matanza

La Matanza

En estos días hemos hecho chorizos con la misma máquina de siempre, pero todo tan diferente que no puedo dejar de recordar aquellos días y compararlos. Empezaba días antes de matar el cerdo en una orgía de olores que perfumaban la casa durante no menos de un mes y que se iban superponiendo unos a otros a medida que las tareas se iban acabando. Sal, ajos, cebolla, perejil, pimienta, pimentón, clavo adobaban las diferentes carnes, grasas y mantecas en su justa medida para luchar contra el tiempo. En lo que respecta a los chorizos, mis padres, picaban con el cuchillo la carne del enorme cerdo criado durante todo el año con las sobras de las comidas, con patatas cocidas y berzas. Mi madre remangada hasta el codo mezclaba la carne picada en enormes barreñones con pimentón, ajos machacados y sal. Vueltas y vueltas cada pocas horas durante 3 días y cada vez que terminaba hacia una cruz de lado a lado del barreñon, probablemete como medida de protección. Después de probar el picadillo se hacían los chorizos, mi abuela en la sillita baja, rezogando si se le rompían, maldiciendo a la vendedora de las tripas como si fueran las suyas y luego al acabar, rápidas a cocer en la sopa de la cena el primer choricillo dejado a posta para probar.

jueves, 05 de marzo de 2009 a las 17:32

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